El capitán suicida
A Agostino Di Bartolomei le habían cerrado la última puerta para entrar a trabajar en la Roma. La mañana del lunes 30 de mayo de 1994 se escapó de la cama sin despertar a la mujer y se subió a la terraza. Los rayos del sol de la primavera le entrecerraron los ojos mientras miraba la costa de San Marco di Castellabate. Fue un segundo, porque siempre es un segundo: con el revólver Smith&Wesson calibre .38 se gatilló en el corazón. Sobre la mesa, había dejado una carta. Después del disparo, era la carta de un suicida. Resaltaba la siguiente frase.
–Mi sento intrappolato in una buca.
Es decir: “Me siento encerrado en un agujero”.
En ese día que empezaba en el sur de Italia, y que terminaría sin él, se cumplían diez años –exactos, perturbadores– de la final de la Copa de Europa que la Roma capitaneada por Di Bartolomei perdió por penales ante el Liverpool en el estadio Olímpico. Tenía 39 años, un hijo y un vacío existencial: “Estoy en un túnel sin fin. No quieren que vuelva a entrar en el mundo del fútbol”.
Di Bartolomei era –y es– un símbolo del club de la capital. Después de un breve préstamo en el Vicenza, volvió en 1976 para ser ídolo. En 1979, después de 11 años, ya con el entrenador sueco Nils Liedholm, la Roma ganó la Copa Italia; y en 1983 conquistó el segundo Scudetto de su historia después de 42 años. Aunque había debutado como mediocampista central y se había afianzado como zaguero, Ago siempre cargó la Nº 10. De tranco lento y remate potente, cuentan que el primer capitán romano del club se parecía a Pep Guardiola. Compartió equipo con Franco Tancredi, Pietro Vierchowod, Carlo Ancelotti, Bruno Conti, Roberto Pruzzo y con los brasileños Toninho Cerezo y Falcão.
En la primera participación en la Copa de Europa, en 1984, la Roma llegó a la final luego de superar al Dundee: cayó 2–0 en Escocia y ganó 3–0 en Italia. El gol de la clasificación, de penal, lo había marcado Di Bartolomei. Como estaba estipulado, la final se jugaría en el Olímpico. Empataron 1–1, y el Liverpool ganó por penales. Ago metió el suyo. En el vestuario, increpó a Falcão por negarse a patear. Fue su último partido en el club que alentaba desde niño en la Curva Sur.
“Di Bartolomei es, sin duda, uno de los jugadores más queridos de la historia, más allá de que su muerte lo eleva al nivel de mito. Era una persona muy seria, tal vez demasiado, pero en la intimidad era muy juguetón. Era la conciencia del equipo, un jugador romano que le exigía a los compañeros el más alto compromiso”, cuenta Stefano Piccheri. Hincha de la Roma y periodista del diario Corriere dello Sport, Piccheri tenía 11 años cuando Di Bartolomei ganó el Scudetto. “Tal vez la derrota ante Liverpool marcó el fin de un ciclo –sugiere–, pero la realidad dice que se fue al Milan por un profundo desacuerdo con el presidente Dino Viola”. Liedholm, una especie de Alex Ferguson que congeniaba a través del carisma con las estrellas, también se había ido al Milan. En el primer partido ante la Roma, en 1984, Di Bartolomei anotó en el triunfo 2–1: lo gritó con bronca en San Siro. “Dibba era la Roma. Falcão, en cambio, un gran profesional y un brasileño atípico, nada alegre”, retoma Piccheri.
Otro sueco, Sven-Göran Eriksson, era el nuevo técnico de la Roma. Distante, había despreciado el juego atildado de Di Bartolomei. La partida interpeló el vínculo con la hinchada. En la vuelta, el Olímpico lo silbó después de que le pegara una patada a Bruno Conti. Sin embargo, los tifosis colgaron una bandera: “Te echaron de la Roma pero no de tu Curva”. Era para Di Bartolomei, el hincha que llegada con horas de anticipación desde la barriada romana Tor Marancia; para el “líder silencioso” que peleaba las primas y los premios; para el hombre que le gustaba el Derecho y que escogía los museos y los libros de Dostoievski, Tolstoi y Hemingway antes que las fiestas.
En 1987, pasó al Cesena y evitaron el descenso; al año siguiente, recaló en la Salernitana, un equipo de la tercera división, para afincarse cerca del mar, en San Marco di Castellabate, un pueblo de pescadores. Era el deseo de su mujer Marisa De Santis. Dos temporadas más tarde, en 1990, subieron a la Serie B y se retiró. Ese año fue comentarista de la RAI en el Mundial de Italia. No ocultó las críticas a la Roma, pero íntimamente soñaba con regresar al club como ejecutivo o como entrenador en las inferiores. Mientras tanto, mientras esperaba, abrió una escuela de fútbol para chicos en Castellabate. Le denegaron un crédito que había pedido. La Camorra cobraba al día su impuesto. El negocio se complicada.
“Cuando el futbolista retirado no puede mantenerse visible en alguna actividad de la industria futbolera, nos olvidamos de él. Volvemos a saber de su vida el día en que, de repente, alguna nota de prensa nos informa que se encuentra enfermo y necesita ayuda humanitaria. Terminada la función en el circo, se acaba el pan”, escribió el periodista colombiano Alberto Salcedo Ramos. La noticia de la enfermedad de Di Bartolomei vino adjunta con su muerte.
El 6 de junio pasado, la Roma lo recordó: organizó el primer torneo Agostino Di Bartolomei con las selecciones Sub 15 de las academias del club. Se jugó en el predio de Trigoria, en la cancha que lleva su nombre. Una calle, además, lo recuerda hoy en Castellabate. “La muerte diez años después de la final de la Copa de Europa quizá sea una terrible coincidencia, nada más. Sería muy macabro”, interpreta el periodista Stefano Piccheri desde Italia. Luca Di Bartolomei, el hijo, ha dicho que acaso el aniversario fue la clásica gota que rebalsó el vaso. En su agenda se encontraron apuntes sobre fútbol, que se publicaron en 2012 en el libro Il manuale del calcio. Entreveradas, había tres fotos: una de la familia, una de un santo y una de la Curva Sur de la Roma.
Nota publicada en El Gráfico Diario en agosto de 2015