Horacio García Blanco, el periodista que no sólo mató el corralito

Roberto Parrottino
10 min readMay 31, 2023

Cuando el periodista Horacio García Blanco pisaba España, subía a un taxi y, con tonada gallega, le preguntaba al conductor en qué tablao bailaba El Güito, un articulador del cuerpo bajo la música flamenca. Se convertía, dicen, en el gitano más pasional del mundo. De Cariño había llegado María, su madre; y de Lugo, su padre, Faustino. De Galicia a la Argentina. A García Blanco le gustaban los toros -en especial el torero Santiago Martín, El Viti-, los cantautores como Paco de Lucía, el actor Paco Rabal, la comida ibérica, la poesía de Federico García Lorca, el bailaor Joaquín Cortés. A ese mundo, también, no pudo irse. “Galicia era su segundo lugar en el mundo. Él me decía: ‘Si yo no me muero acá, me gustaría morir en España’”, dice ahora, once años después de la muerte de su padre, Rocío García Blanco, la única hija del Gordo, que se llama así por Rocío Durcal y Rocío Jurado, las cantantes españolas de coplas y boleros.

Horacio García Blanco murió el 30 de mayo de 2002, a los 65 años, en la clínica porteña Santísima Trinidad. La insuficiencia renal le provocó una descompensación cardíaca. Desde noviembre de 1999 se encontraba bajo un proceso de diálisis, lo que le imposibilitaba trabajar. Sufría de diabetes con hipertensión arterial. Los médicos, por eso, le habían recomendado el trasplante de riñón. En enero de 2002, y a partir de ser considerado un paciente de “alto riesgo” y no de “emergencia nacional” en el Instituto Nacional Central Único Coordinador de Ablación e Implante (INCUCAI), presentó junto a su hija un amparo para evitar la restricción de los fondos bancarios, liberarlos y viajar a España a operarse de urgencia. Sus ahorros depositados en el Banco Privado de Inversión ascendían a los 556 mil dólares. El 17 de mayo, trece días antes de la muerte de García Blanco, la jueza María Cristina Carrión de Lorenzo, a cargo del Juzgado Contencioso Administrativo Federal Nº 7 de la Capital Federal, ordenó restituirle sólo el 10% de ese dinero, una suma que le imposibilita costear los gastos de la intervención quirúrgica. “El corralito mató a García Blanco”, tituló, en la tapa, el diario Crónica.

García Blanco, de alguna manera, comenzó en el periodismo deportivo sentado en la tribuna del programa televisivo “Polémica en el fútbol”, a principios de los 60. De allí lo sacó el periodista Roberto Moreno y lo llevó a Radio Belgrano como comentarista. Dirigió la revista Goles y ascendió a la popularidad definitiva en Radio Rivadavia, donde formó una dupla memorable con Osvaldo Caffarelli en boxeo -siguieron toda la campaña de Carlos Monzón- y otra con José María Muñoz en fútbol. “Era popular pero no populachero. Hablaba en términos coloquiales y no guarangos, como diríamos los viejos. Tenía un lenguaje de barrio, directo, sencillo y entrador. Era, sin embargo, un hombre de pocas palabras en la vida cotidiana, salvo que tuviera ganas. Cuando hablaba lo hacía en serio. O sea: metiéndose a fondo en el tema”, recuerda el periodista Carlos Irusta. “El Gordo -suma Daniel Guiñazú- era el Sumo Pontífice del Luna Park. Cuando hablaba todos hacían silencio. Parecía que daba una encíclica”.

Juan Carlos Morales, el relator de fútbol que secundó un cuarto de siglo a García Blanco, aporta: “Era la tribuna. Era el pueblo hablando. Era futbolero, burrero y del palo del boxeo. Decía en otras palabras lo que, de pronto, el oyente quería saber. Fue el gran comentarista de radio que tuvo la Argentina. Y no fue reemplazado. Tenía un estilo muy directo, y muy particular, porque hacía fácil lo difícil. Yo a veces lo miraba y le decía: ‘Decime algo más, Horacio’. Y él decía: ‘Nooo, como voy a hablar más, si cuando uno habla de más dice pavadas’. Era concreto, sintético y terminante. Se identificaba mucho con la gente y él no se daba cuenta”. Osvaldo Príncipi coincide con Morales: era único. “García Blanco tenía un estilo García Blanco -dice Príncipi-. No era un estilo periodístico: era un estilo personal. Tenía un encanto particular para la comunicación con el pueblo, no la gente. Su vocabulario era simple, claro, prudente, educado, querido y aceptado. Era profundo sin ser grosero. Y si bien fue masivo nunca fue ni fanfarrón ni ruidoso. García Blanco es todavía el reclamo de los taxistas que reflexionan: ‘¿Se imagina lo que hubiese dicho el Gordo de esto?’. Fue uno de los comentaristas con más penetración popular. Su estilo no tomaba ninguna colectora ni tendencia periodística”.

En 1989, cuando Carlos Menem ganó las elecciones presidenciales, Muñoz lo sacó al aire de Rivadavia para felicitarlo. García Blanco, que siempre se reconoció peronista, lo conocía desde que era gobernador de La Rioja. Le dijo: “Ahora no le voy a poder decir más: ‘¿Qué hacés, Carlitos? ¿Qué hacés, Turco?’. Le voy a tener que decir señor Presidente”. Menem le devolvió: “Pero Gordo, vos seguí llamándome Carlitos, viejo”. Muñoz, apenas digirió la respuesta, se enojó con García Blanco: envidia y bronca por no ser el amigo del poder de turno. “No le recuerdo alguna alcahuetaría política con nadie, pese a que estuvo con el Gordo Muñoz. Sí me parece que tenía ese estilo más amiguero con los entrevistados, como que periodistas y jugadores estamos todos en el mismo barco, que somos parte de la misma familia. Eso era muy Rivadavia, muy Muñoz”, apunta Ezequiel Fernández Moores, a quien ayudó cuando escribió el libro Díganme Ringo, una biografía de Oscar Bonavena. A García Blanco, que señalaba la diferencia con Muñoz al decir que él no era una estrella como el relator, se lo recuerda, sí, sosteniéndole el micrófono al dictador Jorge Videla en la pantalla de ATC, cuando la selección argentina Sub 20 fue campeona en el Mundial de Japón 1979. En dúplex con Rivadavia, en una transmisión especial de “La oral deportiva”, Muñoz enlazó a Videla con el entrenador César Menotti y el crack Diego Maradona. “Mi viejo tenía su línea. Muñoz quedaba bien con todos. Radicales, peronistas, militares. Y así le funcionó. Pero mi viejo nunca ocultó que, por ejemplo, se iba a comer todos los miércoles a la Quinta de Olivos y a jugar al truco con Menem”, redondea Rocío.

Defendía el estilo de juego menottista. Tenía un ídolo: el boxeador Cirilo Gil, un campeón argentino y sudamericano welter de los 50 al que siguió hasta Rosario tapado con una lona en el acoplado de un camión. “Fue la fuente de la que bebió Nicolino Locche”, dijo. Era hincha de Independiente, aunque no lo decía. Enviudó de Mirtha, la madre de Rocío, en 1980. Alentaba y preparaba, según Príncipi, a quien García Blanco llamaba “Chiquito”, a las nuevas generaciones de periodistas de boxeo. “Formó parte de una generación de estrellas de la radio -agrega-, como Ricardo Arias, Ulises Barrera, Caffarelli, Fioravanti, Bernardino Veiga. Cuando las estrellas de la radio, en el deporte, eran más importantes que las de la televisión. García Blanco era el dos de Muñoz. Un referente. En los 70 y 80 se repartieron la audiencia de boxeo entre García Blanco y Ulises Barrera. Eran como Gatica y Prada. El Gordo era la popular, los tacheros; Ulises Barrera era el ring side, el teatro Colón”.

Nació el 15 de julio de 1937 y se crió en Barracas, donde trabajó de changarín en una despensa. Fue presentador de una banda de jazz -The Georgian Jazz Band- y amigo de los tangueros Osvaldo Pugliese, Roberto Goyeneche y Aníbal Troilo. Volvió a formar pareja con Ethel. Boxeó en Barracas Central. Se separó. Viajó por el mundo: gastó cuatro pasaportes. En 1966 rechazó una oferta para trabajar en el diario madrileño Marca porque su madre se negó a acompañarlo, y sola no la dejaría. De joven, soñó con ser actor. Cubrió Mundiales de fútbol: el primero, Chile 62, y el último, Estados Unidos 94. Admiraba a Enzo Ardigó y Estanislao Villanueva, Villita. Veraneaba en el balneario San Javier de Pinamar. Y tuvo un gran desvelo: el turf. García Blanco fue dueño de un caballo que ganó el Gran Premio Nacional en el hipódromo de Palermo, en 1984. Cuando Pelotari cruzó el disco, gritó por Rivadavia: “¡Ganó el mío, Muñoz, ganó el mío!”. “Era una de sus pasiones; cuando dijo ‘ganó el mío’, nosotros, desde el estudio, le dijimos: ‘No dijiste nada, ganaste vos sólo’”, rememora Juan Carlos Morales. En la presentación siguiente, el Gran Premio Carlos Pellegrini, Pelotari se quebró. Lo tuvieron que sacrificar. “El 21 de enero del 85 se murió Pelotari y hasta mi vida cambió. Fue un antes y un después. No quise tener más caballos. Aquella fue una emoción incomparable”, dijo García Blanco.

Rocío recuerda la salida televisiva en el noticiero de Canal 13 el día de la muerte de su padre. Revive que mientras aguardaba conectada con el auricular en el oído en la puerta del sanatorio escuchó a la jueza decirle a Santo Biasatti que tampoco había que agrandar la situación. Y que el periodista le repetía: “Doctora, acaba de morir García Blanco”. Rocío, que en ese entonces trabajaba en la agencia de noticias Télam, dice que la jueza justificaba que no era tan urgente que su padre sacara la plata del banco: “Así me hubiesen dado después un dólar a diez, terminé perdiendo porque mi papá falleció”.

María Cristina Carrión de Lorenzo es aún hoy la titular de ese juzgado. Después de la muerte de García Blanco, recayó sobre ella un pedido de juicio político promovido por los consejeros Eduardo Orio y Humberto Quiroga Lavié. El Consejo de la Magistratura lo desestimó: argumentó que no hubo demoras en el accionar de la jueza, que las normas -el corralito- salieron de los poderes legislativo y ejecutivo y que no pudo atribuírsele “el lamentable suceso que implica la muerte de un ser humano”. “Mis compañeros de Télam -introduce Rocío- investigaron que seis meses antes de la muerte de mi papá, en el momento del peor hervidero del país, había caído en el juzgado de ella un amparo de su marido por una enfermedad. Y sacó el ciento por ciento del dinero. Después pidió licencia médica y se la tragó la tierra. Jamás pude hablar con ella”. Según fuentes judiciales, el marido de la jueza, supuestamente enfermo, consiguió en el juzgado de Martín Silva Garretón una cautelar que le permitió recuperar el total de sus dólares atrapados en el corralito gracias a que Carrión de Lorenzo promovió, como primer paso, aquel recurso de amparo. El titular del Consejo, y a su vez de la Corte Suprema de Justicia, era Julio Nazareno.

“Mi viejo rechazaba sicológicamente la diálisis. Por eso hizo todo el trámite para hacerse el trasplante en España. Es cierto, le había dado al cuerpo para que tenga y para que archive, pero si mi papá se quedaba en la camilla del quirófano era problema de él y mío. Acá no le dieron ni siquiera esa posibilidad”, dice Rocío. García Blanco tenía la ciudadanía española. La noticia de su muerte en la Argentina del corralito -el caso- se replicó en España. Una nota en el diario El País: “‘Acorralados’ que cambiaron su destino”. Una editorial de Carlos Herrera en ABC: “Acudió a los tribunales en la espera de que el sentido común de la justicia argentina le permitiese disponer de lo suyo para un claro caso de vida o muerte… Y la justicia, a través de una conchuda juez de nombre María Carrión de Lorenzo, sólo le permitió extraer de su cuenta el diez por ciento del total. Horacio suplicó infructuosamente al menos el cincuenta por ciento, con lo que podía cubrir los gastos de la intervención, estancia, tratamientos y lucro cesante de la larga convalecencia, pero la juez dijo que no”. García Blanco, de este modo, se convirtió en una bandera de los ahorristas, que portaban carteles en las marchas con su nombre y apellido. Un grupo, de hecho, fue hasta el velorio en Chacarita.

“Yo no creo que murió por el corralito”, piensa Juan Carlos Morales, quien se considera el hermano de la vida de García Blanco. América TV lo había bajado de la Copa del Mundo de Francia 98 porque “no daba en cámara”. Eduardo Eurnekián era el empresario dueño del canal. Pero, según Rocío, él no fue el que lo decidió. Dice que Eurnekián estaba volcado al negocio de las aerolíneas y que su padre comenzó a alejarse con el personal nuevo del canal. “Fue una actitud poco clara. En su lugar fue Adrián Paenza. Eso le afectó”, dice Morales, que era el relator de América. En 1999 se produjo el cambio de gobierno -asumió el radical Fernando de la Rúa con la Alianza- y la reestructuración en Radio Nacional lo dejó sin aire. El conflicto con la productora Torneos y Competencias, un año después, acabó en sede judicial. “Fue una guarangada”, señala Rocío. “Mi viejo era de la vieja escuela. Firmaba el contrato, se iba de vacaciones y no lo buscaba nunca. Él lo firmó y se fue a Pinamar. Pasó el verano, pasó marzo. El contador le dijo: ‘Che, Gordo, andá a buscar la copia del contrato que tengo que justificar las facturas’. Se apareció en junio a buscarlo. Y un pendejito de 25 años le trajo un contrato en blanco de junio a diciembre. ‘Él mío’, le dijo mi viejo. Que no hay ningún contrato. ‘Lo firmé en diciembre; era por tres años, y este es por seis meses. No voy a firmar. Tráeme el mío’. Que vas a tener que firmar este, le dice. Lo que me contaron es que lo agarró un seguridad y le dijo que esto iba a terminar mal, porque lo trompeaba al pibe, que seguro ni sabía quién era mi viejo. Habló con (Carlos) Ávila. Nada. Cuando fue el juicio presentaron videos en los que no estaba en ‘Tribuna caliente’. ¿Qué pasaba? O estaba en la cancha, en una gira, o en Las Vegas. No es que ocho programas seguidos no estaba”.

En octubre de 2000, en una entrevista en La Nación, admitió estar viviendo uno de los peores momentos de su vida. Dice Morales: “Lo del corralito fue un tema más. Estaba ido, no le interesaba nada: ni el fútbol, ni el boxeo, ni el turf. Era como que dijo: ‘Ya hice todo y tengo que terminarlo’. Estaba de vuelta. Ya hecho”. Rocío dice ahora que se siente orgullosa porque nadie puede hablar mal de su viejo; que se siente orgullosa porque personas que no lo conocieron -como el hombre que cortó el tráfico en Cabildo y Juramento para pedir que le dieran sus ahorros- se lo traen al presente; que cosecha su siembra; que las maestras de su hija Candela, la nieta del Gordo García Blanco, le dicen: “A tu viejo lo mató el corralito”.

# Nota publicada en Diario sobre Diarios en mayo de 2013

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